Si la industria termosolar se toma en serio poder decidir sobre su propio futuro debería liarse la manta a la cabeza y tirar en esta dirección.
El concepto “NIMBY” (Not in my back yard) que se traduce a veces en español cómo “No en mi patio trasero” se refiere a una negativa por parte de los residentes locales a aceptar alguna construcción de infraestructura cerca de donde viven. El concepto cogió fuerza con la instalación de centrales nucleares que se enfrentaron a un gran movimiento de oposición por parte de grupos ecologistas y la ciudadanía.
Allí se quedaron los días en que el Gobierno podía decidir la ubicación de las infraestructuras (desde un puente a una industria química). En Chile, ahora mismo, el principal obstáculo para que una planta de carbón se paralice es la oposición ciudadana.
En líneas generales, la oposición ciudadana se deja oír a través del acoso constante al desarrollo de la planta por las vías legales como por ejemplo de tipo ambiental. Esto se traduce en que los diferentes grupos interesados piden estudios detallados (y caros) sobre el impacto ambiental y el desplazamiento de especies autóctonas, entre otros motivos.
Este concepto se ha extendido también hacia sectores mucho más respetuosos con el medio ambiente como pueden ser la industria solar o eólica. El origen de este rechazo a las industrias más limpias sigue siendo borroso. Su mejor ejemplo lo encontramos en EEUU donde centrales solares termoeléctricas (CSP) se han tenido que paralizar.
En EEUU el problema está muy acentuado e incluso envuelto de cierta paradoja: la oposición ciudadana está respondiendo con más fuerza a los proyectos de energías renovables que a la construcción de plantas de carbón y gas. Un ejemplo muy llamativo lo encontramos en la planta que la compañía BrightSource está construyendo cerca de Las Vegas (Nevada) con características similares a las sevillanas PS10 y PS20, con un total de 393MW.
Fuentes de la empresa calculan que se han gastado 22 millones de dólares en un programa para cuidar tortugas, además de 34 millones de dólares para restaurar el hábitat de la especie, comprando, construyendo muros y posteriormente donando el doble de la extensión de la planta destinada a un área de conservación.
Con el cuidado de BrightSource Energy (que en su momento llegó a tener 100 biólogos trabajando en la planta) las tortugas han dejado de padecer las dificultades de la naturaleza y la mortalidad infantil ha bajado dramáticamente, con casi un 100% de recién nacidos sobreviviendo. Como resultado, gracias a esta planta termosolar, hay más tortugas que nunca en el desierto, aunque cabe preguntarse si desequilibrar la balanza en favor de una especie es una buena idea.
Y a pesar de todo el dinero invertido en paliar los problemas al medioambiente, BrightSource Energy todavía recibe ataques continuados por parte de diferente grupos específicos, como el LA Times, que ha reportado en numerosas ocasiones historias incorrectas sobre la planta que han tenido que ser clarificadas por la empresa en repetidas ocasiones. Y este fenómeno no es único a EEUU. Se está dando más y más en otros mercados, como en Sudáfrica, aunque cabe decir, que con dimensiones más pequeñas.
Es bastante obvio que por parte de las energías convencionales, lobbies y ‘think tanks’, hay todo un trabajo faraónico para que sus proyectos tengan la menor resistencia por parte de políticos y ciudadanos, y por ende que el usuario tenga un menor apetito por las energías renovables. En España, sin ir más lejos, hubo una campaña feroz al acusar a las renovables de ser “muy caras” por parte de las empresas que se asocian en UNESA. Y lo peor es que en muchos casos, están ganando la batalla.
En este momento en que las empresas españolas necesitan internacionalizarse agresivamente por las condiciones en las cuales la industria se encuentra en casa, es necesario pensar mucho la estrategia futura. Ya no es suficiente con que la energía sea más limpia, más democrática o equilibre positivamente la balanza de pagos. Es hora de pensar en devolver a la comunidad local donde se están construyendo los proyectos su parte del pastel.
Lo que estoy proponiendo no es simplemente caridad, ni tiene porque ser prohibitivo desde el punto de vista de coste, se trata de hacer las cosas bien para conseguir la mayor retribución en la población local. Empezaría por enseñar a los locales no solo el valor de la energía renovable, sino habilidades prácticas que les permitan entrar a formar parte de la vida de la planta, accediendo a trabajos y a conocimientos para que puedan montar sus propios negocios a medio plazo y mejorar la calidad de vida de sus familias.
La mayoría de las licitaciones internacionales ya cuentan con obligaciones de “devolver a la comunidad local’, con lo cual este tipo de programas se podrían realizar con el apoyo de los gobiernos desde una institución marco que sirviese para cualquier lugar, con un programa estandarizado para bajar los costes considerablemente. Programas de enseñanza y apoyo se podrían incluir dentro de la proposición por parte de las empresas a la licitación, matando dos pájaros de un tiro.
Si la industria termosolar se toma en serio poder decidir sobre su propio futuro debería liarse la manta a la cabeza y tirar en esta dirección, antes de que los gobiernos empiecen a exigir cambios diferentes en cada lugar. Y, quién sabe si, al mismo tiempo, atraen más interés de otros países que quieren atraer este tipo de enseñanza…
Esto daría lugar a un triángulo perfecto con tres lados equilibrados: desarrollo para países, bancos multilaterales y, por supuesto, industria termosolar y renovable. Y por descontado, ayudaría a las empresas de energías renovables a abrir mercado, crear confianza, obtener financiación y ahorrar costosos procesos de oposición ambiental y ciudadana.
Por Belén Gallego, fundadora y directora de CSP Today, http://es.csptoday.com/